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La ciudad de las piedras que se comen

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La ciudad de las piedras que se comen Empty La ciudad de las piedras que se comen

Mensaje por jewss Lun Ago 22, 2011 9:53 am

En Kulamawe, a unos 20 kilómetros al oeste de Garbatulla, en el norte de Kenia, miles de familias sufren los efectos de una sequía que está acabando con su ganado. Una forma de vida centenaria está en peligro

No le vemos, pero él nos ve. Sabemos que observa detrás de las acacias secas o quizás tras una duna baja, quién sabe. Frente a nosotros, medio centenar de camellos con las costillas marcadas en la panza retuercen sus lenguas entre los pinchos de un árbol buscando brotes tiernos que aún no se hayan abrasado por el sol. Uno de ellos emite un bramido constante, casi un lamento. Apenas tiene joroba. Será el primero en morir.

Cuando el todoterreno emprende su ruta y levanta una nube de polvo rojizo, aparece. Lleva un turbante verde, un bastón sobre los hombros y observa cómo nos alejamos. Al final, se da la vuelta y camina hacia sus camellos. No se volverá a girar.

La persistente sequía en el cuerno de África está acabando incluso con los animales que parecían tallados por el sol. Y eso, según el jefe de una aldea vecina, Osman Abduba, es el peor augurio. “Si se mueren los camellos y las jirafas, el desastre es inminente. Si el camello muere, el hombre muere”.

El modo de vida de los nómadas pastores del Cuerno de África se tambalea. Esta zona no registra la tragedia voraz de más al norte, como en el campo del sur etíope de Dollo Ado, donde uno de cada dos niños pequeños tiene una bomba de hambre en la barriga y mueren diez de ellos cada día. Pero Kulamawe es el rostro de una hambruna que no sólo mata, también destruye futuro. De nuevo, el animal es la vara de medir. En el abrevadero de la ciudad se discuten las malas nuevas
Kulamawe, que significa piedras que se comen, advierte ya de primeras que la escasez de agua allí no es novedad. Pero cada detalle muestra que la situación no es normal. Un grupo de cien cabras llega a la carrera en cuanto divisa el agua. Un niño con chanclas amarillas mira curioso la desesperación de los animales por hacerse un hueco para beber. Que todo el rebaño beba le cuesta al pastor cuatro chelines (dos céntimos de euros). Una donación reciente ha reducido los precios del agua –por cada vaca se pagan dos chelines y por los camellos tres–, y la zona es un ir y venir de pezuñas. Unas manos ásperas aferradas a un bastón viejo revelan que Wako Jillo lleva mucha vida siendo pastor. ¿Cuánta?, pregunto. “Soy anciano”, regala como respuesta. Bajo su barba anaranjada por la henna amanece una sonrisilla de orgullo.

Aquí ser anciano no es una edad, es un estatus. Da voz. Wako la usa para admitir que se ha arruinado. Como todo el mundo aquí. Hace un año, un animal “de piernas cortas” (cabra) costaba unos catorce euros. Ahora, poco más de euro y medio. Una vaca vale hoy diez veces menos que a principios de año. Pero Wako no se piensa ir. No es una contradicción asu alma nómada, es apego a su tierra. “Aunque los tiempos sean duros no nos marcharemos. Esta son nuestras raíces, aquí viviremos y moriremos. Si nos toca morir…”. Y no acaba la frase.

El estruendo de balidos y carreras precipitadas hacia el agua de nuestro alrededor es el epicentro de la vida de Kulamawe. Y descubre un código de conexión entre el hombre y su ganado que descoloca en la mente occidental.

Abdenaser Mohammed se acelera para explicar qué importancia tiene el ganado para su pastor. “Es nuestra familia. Si tengo agua, la reparto con mis animales y con mi familia, por este orden. Si pierdes tu vaca, pierdes tu prestigio, tu esencia. Si tienes muchos animales te respetan, escuchan tu voz y puedes casarte”, explica. A Abdenaser se la trae al pario lo políticamente correcto. Quiere sobrevivir: “Si mi mujer y mis hijos mueren, con mis vacas puedo crear otra familia, pero si desaparece mi ganado no podré conseguir otra familia cuando se muera. Y sin vacas, se morirá”.

Un intento de romper esa dependencia de las nubes está detrás de Abdenaser, en un pequeño huerto de una casa de adobe cercana. Un puñado de oenegés enseñan nuevas técnicas de cultivo para resistir las embestidas secas del tiempo cuando el ganado se muera. En Kulamawe, de unos cinco mil habitantes, hay veinte diminutos jardines como ese, mimados con sistemas de riego por goteo donde se plantan lechugas, espinacas y patatas.

Osman Abdud aplaude la iniciativa pero se incomoda cuando reflexiona si esta crisis va a acabar con una forma de vida nómaday ganadera centenaria.

–Los animales son nuestra dignidad. Nuestra única salida por ahora es cultivar o ir a la ciudad a hacer pequeños trabajos. Luego volveremos a centrarnos en nuestros animales.

http://www.lavanguardia.com/internacional/20110822/54204346689/la-ciudad-de-las-piedras-que-se-comen.html


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Mensaje por vicky Mar Ago 23, 2011 12:04 pm

Que vidas más duras.
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La ciudad de las piedras que se comen Empty Re: La ciudad de las piedras que se comen

Mensaje por jewss Mar Ago 23, 2011 12:17 pm

Si,ya has visto cuanto vale el agua para un dia,dos centimos de euro.Es increible que no se les pueda ayudar algo mas.
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