Por qué Camps gana las elecciones
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Por qué Camps gana las elecciones
No importa el candidato. El PP valenciano ha creado una suerte de identidad nacional que le hace inmune al escándalo Gürtel
La tierra que fuera uno de los grandes bastiones del socialismo celebrará hoy el triunfo más difícil de explicar de las elecciones del 22-M. Francisco Camps, un político al que su propio partido atribuía una mandíbula de cristal que se haría trizas al menor escándalo, no solo ha logrado sobrevivir a un caso de corrupción que habría triturado a otros, sino que, aparte de un leve desgaste porcentual, ha salido reforzado aumentando su mayoría absoluta en un escaño. A la par, sus adversarios socialistas, en un territorio en el que, parafraseando a Talleyrand, un día les fue dulce vivir, han perdido cinco diputados sufriendo su quinta derrota consecutiva y su mayor descalabro electoral en la historia. Así las cosas, Camps va a iniciar su tercera legislatura como presidente de la Generalitat más sonriente que nunca y atornillado hasta los topes a la máquina del poder ¿Cómo es posible?
Descontando los enormes efectos electorales de la crisis económica, la estrategia política que ha permitido al PP inmunizarse ante la corrupción y hacer suya la autonomía, trasciende la figura de Camps, y se remonta a los albores de los noventa cuando la formación rompió con la línea política que arrastraba desde la transición y se volcó en construir una identidad autonómica propia. Para ello asumió los grandes símbolos que generaban incomodidad a la izquierda, como la bandera o el nombre mismo del territorio, Comunidad Valenciana. Los socialistas, de hecho, siguen denominándose Partit Socialista del País Valencià y en sus mítines apenas aparecen banderas. En este camino identitario, también absorbió movimientos localistas como Unión Valenciana y perfeccionó un arma que el nacionalismo ha utilizado siempre con éxito: el agravio y la creación de un enemigo común, en este caso, el pancatalanismo
1992 fue un año germinal para este discurso; todos tenían algo que lucir, menos Valencia. Expo en Sevilla, Juegos Olímpicos en Barcelona, Capitalidad Cultural en Madrid… Esa ausencia, interpretada como una humillación, fue empleada a fondo por el PP. Luego seguirían un sinfín de agravios: desde la autovía que la tercera capital de España no tuvo hasta mitad de los noventa, el AVE que llegó 18 años después que a Sevilla o, ¡gran regalo del cielo!, la polémica de los trasvases. En una tierra donde el agua representa un arcano tan importante como la lengua en el País Vasco, la posición antitrasvase mantenida por el Gobierno socialista, aparte de desorientar a la izquierda, fue presentada como el ejemplo palmario del agravio al pueblo valenciano. Todo ello acompañado de la presencia constante del enemigo pancatalanista, siempre beneficiado por Zapatero, uno de cuyos iconos históricos para el PP valenciano ha sido la televisión catalana TV3 (un ejemplo para entenderlo: su programación meteorológica emitida en territorio valenciano, con un mapa de los Países Catalanes donde aparecía el País Valenciano).
Con este tipo de elementos, cuidados, mimados día a día por los medios de comunicación oficiales, el PP ha ido atrayendo una masa electoral fiel y rocosa que, más allá de propuestas programáticas, otorga su confianza a un partido que se presenta como defensor de una identidad poco sutil pero legible, que comparte enemigos comunes y que, en su dialéctica, se enorgullece en voz alta de símbolos o actitudes que a otros, los traidores, los perplejos, los dubitativos, abochornan. Frente a esta construcción ideológica, el escándalo Gürtel y toda la miseria política que ha destapado apenas han hecho mella, porque golpean fuera de los receptores del dolor, no rompen las cláusulas del contrato de lealtad.
Y así lo sienten muchos electores. La mayoría está convencida de que el PP representa mejor que el PSOE los intereses de los valencianos: 45% frente a 16% en el último sondeo de Metroscopia, un porcentaje que en el caso de los votantes populares se dispara a un abrumador 81%. Esta sólida base es el fruto, largo y trabajado, de una transmutación política en un partido identitario. Da igual que sea Camps u otro el candidato. El vencedor es una ideología que se ha vuelto dominante y que, en caso de ataque, apela a la lealtad de sus votantes
http://politica.elpais.com/politica/2011/05/23/actualidad/1306108996_385579.html
La tierra que fuera uno de los grandes bastiones del socialismo celebrará hoy el triunfo más difícil de explicar de las elecciones del 22-M. Francisco Camps, un político al que su propio partido atribuía una mandíbula de cristal que se haría trizas al menor escándalo, no solo ha logrado sobrevivir a un caso de corrupción que habría triturado a otros, sino que, aparte de un leve desgaste porcentual, ha salido reforzado aumentando su mayoría absoluta en un escaño. A la par, sus adversarios socialistas, en un territorio en el que, parafraseando a Talleyrand, un día les fue dulce vivir, han perdido cinco diputados sufriendo su quinta derrota consecutiva y su mayor descalabro electoral en la historia. Así las cosas, Camps va a iniciar su tercera legislatura como presidente de la Generalitat más sonriente que nunca y atornillado hasta los topes a la máquina del poder ¿Cómo es posible?
Descontando los enormes efectos electorales de la crisis económica, la estrategia política que ha permitido al PP inmunizarse ante la corrupción y hacer suya la autonomía, trasciende la figura de Camps, y se remonta a los albores de los noventa cuando la formación rompió con la línea política que arrastraba desde la transición y se volcó en construir una identidad autonómica propia. Para ello asumió los grandes símbolos que generaban incomodidad a la izquierda, como la bandera o el nombre mismo del territorio, Comunidad Valenciana. Los socialistas, de hecho, siguen denominándose Partit Socialista del País Valencià y en sus mítines apenas aparecen banderas. En este camino identitario, también absorbió movimientos localistas como Unión Valenciana y perfeccionó un arma que el nacionalismo ha utilizado siempre con éxito: el agravio y la creación de un enemigo común, en este caso, el pancatalanismo
1992 fue un año germinal para este discurso; todos tenían algo que lucir, menos Valencia. Expo en Sevilla, Juegos Olímpicos en Barcelona, Capitalidad Cultural en Madrid… Esa ausencia, interpretada como una humillación, fue empleada a fondo por el PP. Luego seguirían un sinfín de agravios: desde la autovía que la tercera capital de España no tuvo hasta mitad de los noventa, el AVE que llegó 18 años después que a Sevilla o, ¡gran regalo del cielo!, la polémica de los trasvases. En una tierra donde el agua representa un arcano tan importante como la lengua en el País Vasco, la posición antitrasvase mantenida por el Gobierno socialista, aparte de desorientar a la izquierda, fue presentada como el ejemplo palmario del agravio al pueblo valenciano. Todo ello acompañado de la presencia constante del enemigo pancatalanista, siempre beneficiado por Zapatero, uno de cuyos iconos históricos para el PP valenciano ha sido la televisión catalana TV3 (un ejemplo para entenderlo: su programación meteorológica emitida en territorio valenciano, con un mapa de los Países Catalanes donde aparecía el País Valenciano).
Con este tipo de elementos, cuidados, mimados día a día por los medios de comunicación oficiales, el PP ha ido atrayendo una masa electoral fiel y rocosa que, más allá de propuestas programáticas, otorga su confianza a un partido que se presenta como defensor de una identidad poco sutil pero legible, que comparte enemigos comunes y que, en su dialéctica, se enorgullece en voz alta de símbolos o actitudes que a otros, los traidores, los perplejos, los dubitativos, abochornan. Frente a esta construcción ideológica, el escándalo Gürtel y toda la miseria política que ha destapado apenas han hecho mella, porque golpean fuera de los receptores del dolor, no rompen las cláusulas del contrato de lealtad.
Y así lo sienten muchos electores. La mayoría está convencida de que el PP representa mejor que el PSOE los intereses de los valencianos: 45% frente a 16% en el último sondeo de Metroscopia, un porcentaje que en el caso de los votantes populares se dispara a un abrumador 81%. Esta sólida base es el fruto, largo y trabajado, de una transmutación política en un partido identitario. Da igual que sea Camps u otro el candidato. El vencedor es una ideología que se ha vuelto dominante y que, en caso de ataque, apela a la lealtad de sus votantes
http://politica.elpais.com/politica/2011/05/23/actualidad/1306108996_385579.html
jewss- vip oro
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Re: Por qué Camps gana las elecciones
Pues si,debe ser asi,si les siguen votando es porque estan contentos con su situacion,deben vivir bien dentro de lo que hay.NO encuentro otra explicacion,no puedo cometer el error de pensar que a la gente les gusta un politico que roba.
jewss- vip oro
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