France Télécom: el infierno contado por sus víctimas
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France Télécom: el infierno contado por sus víctimas
Estuvo años sin hablar. Un nódulo de temor, angustia y vacío le obstruía cuerpo y alma. Su mutismo duró años pero hoy Joel Peron ya no tiene miedo. Quiere que conste su nombre, alto y en mayúsculas. Valiente, quiere dar a conocer qué pasa en las oficinas de France Télécom. "Soy responsable de mis palabras. Ya no tengo miedo", confiesa a ELMUNDO.es.
Este 'casi prejubilado' de 59 años se ha pasado media vida en los pasillos de la mayor operadora de telefonía de Francia. La misma que arrastra una lista negra de 60 suicidios, varios intentos fallidos y decenas de bajas laborales. La última víctima, Rémy L., la segunda en lo que va de año, fue compañero de Joel. Éste confiesa que pensó muchas veces en compartir el mismo destino.
"Hubo momentos en los que quise suicidarme. Sentía que no servía a nadie, que nadie me necesitaba. Pensaba que era un inútil que molestaba a todo el mundo y quería desaparecer, quitarme de en medio. Es una tortura mental, un proceso de destrucción espiritual que te corroe poco a poco, con reflexiones y malos pensamientos", confiesa.
Su infierno particular comenzó en 2005, ocho años después de que la empresa pública pasara a manos privadas. "Querían quitarse de en medio a los funcionarios del Estado, lastres para el crecimiento de la compañía", explica el entonces jefe de un equipo de más de 10 personas que hoy trabaja en Bordeaux como empleado de almacén.
Primero le anunciaron que su puesto ya no existía y le ofrecieron uno como teleoperador. Tras la evidente negativa, le relegaron a un despacho, en el que se pasó meses solo, "sin puesto ni tarea". "Fue la primera fase de un largo proceso de desvalorización. Estaba solo en un cuarto, no me daban trabajo y nadie venía a verme", explica.
Aunque la alternativa a esa soledad, el contacto humano, tampoco era muy reconfortante. "En cada reunión con mi superior, éste me hacía sentirme desplazado, que ese no era mi lugar. Me decía que todo lo que hacía estaba mal. Después de años así, llega un momento en el que crees que no vales nada", explica.
Después llegaron el infarto, una baja de más de 10 meses, los problemas en casa, la depresión, la petición de traslado "rechazada una y mil veces" y la supresión de las primas y de los aumentos salariales. "Mi cuerpo reaccionó mal a todo eso. Es una tortura mental. Es un comportamiento criminal", asegura.
'Todo está pensado para destruir las relaciones humanas'
Joel Peron. | R. V.
"Cada muerte es un golpe que no deja impasible a nadie. Tras el suicidio de Rémy muchos no pueden pasar por el edificio donde trabajaba ni por su mesa". La que suscribe el testimonio prefiere guardar su anonimato. Conocía al último de la lista y, como él, ha padecido los métodos de gestión destructiva.
"Soportas desvalorizaciones y humillaciones constantes. En las reuniones te dejan en ridículo en público, haciéndote preguntas para pillarte y tendiéndote trampas. Mi superior me decía que todo estaba mal y cuando hacía algo bien se lo atribuía a otro", narra esta veterana anónima con más de 20 años en la operadora.
Como Joel y "decenas de compañeros", también ella tuvo que parar durante varios meses para desatascar el nudo que comenzaba a asfixiarla. "En todos los departamentos hay o ha habido bajas. El ambiente es pesado, las relaciones humanas malas. Muchos sufren en silencio, porque quejarse es ponerse en el blanco de la diana y convertirte en presa fácil", explica.
Lo más difícil de llevar, para ella, es la soledad. Después de años de veneno esparcido, en los pasillos de France Télécom impera la ley del sálvese quien pueda. "Te sientes terriblemente solo. Cada uno va a lo suyo, hay poco apoyo y la gente no habla porque tiene miedo. Cuando llegas a un nuevo equipo hay desconfianza. Todo está maquinado para dividir y destruir las relaciones humanas, es un auténtico desastre", confiesa.
60 víctimas
Esta enfermedad colectiva empezó a mostrar sus síntomas en 2008. La empresa, privatizada en 1997 y que cuenta con 100.000 empleados en Francia, suprimió 22.000 puestos de trabajo y se intensificó, según denuncian los sindicatos, "la política del beneficio a toda costa".
Entonces comenzaron los recortes, las presiones a los empleados y las prácticas del terror encabezadas, según sindicatos y empleados, por el antiguo presidente Didier Lombard, sustituido hace 18 meses por Stéphane Richard. "Había presiones a los trabajadores, movilidad obligatoria de puesto y de destino, reorganizaciones constantes, cierre de oficinas y presión por objetivos", enumera Anne Marie Minella, del sindicato CFE-CGC.
El cáncer se extendió rápidamente por departamentos y secciones regionales. El diagnóstico del Observatorio del estrés de la empresa contabiliza 60 casos de suicidio. Sólo en 2010 hubo 27 muertes voluntarias y 13 tentativas y en lo que llevamos de 2011 dos personas se han quitado la vida y una lo ha intentado.
La empresa matiza que dentro de estos recortes de puestos había bajas voluntarias y jubilaciones y que además se contrató a 6.000 personas.
La operadora se resiste a asumir toda la carga mortal. "Se ha abierto una investigación interna para clarificar qué casos son accidentes laborales y cuáles no. El presidente ha dicho que reconocerá estas muertes como accidentes de trabajo si así lo concluye la investigación", explica Sébastien Audra, portavoz de la compañía.
¿Cambio de rumbo?
En 2009, tras la primera gran oleada de suicidios, los sindicatos presentaron una denuncia contra la empresa por acoso moral y por poner en peligro la vida de los trabajadores. La denuncia, que fue tramitada, sigue en los cajones de la Justicia.
Por su parte, el Gobierno, dueño del 26% del capital de la operadora, puso en marcha una campaña contra el estrés en las grandes empresas. "Creen que haciendo encuestas a los trabajadores se van a solucionar las cosas. El Estado gana millones de euros con los dividendos y aun no ha hecho nada serio al respecto", critica la víctima anónima.
La empresa también ha entonado un discreto 'mea culpa', aunque en voz baja y con matices. Tras la salida de Didier Lombard, el nuevo equipo directivo ha puesto en marcha un plan de prevención de suicidios. Éste incluye una nueva reorganización, la eliminación de la movilidad forzosa, la puesta en marcha de una célula de mediación para ayudar a los trabajadores y el refuerzo de psicólogos y personal de recursos humanos.
No se trata, según explica Sébastien Audra, de buscar culpables y acusar con el dedo a la antigua dirección, sino de encontrar soluciones. "Los cambios como consecuencia de la privatización de France Télécom no fueron fáciles. Había muchos funcionarios y hubo que hacer reestructuraciones. Aunque es cierto hay muchas cosas que no se hicieron bien de lo que se trata ahora es de pasar página", asegura el portavoz.
Los sindicatos reconocen que se han eliminado los métodos del terror de antaño, aunque no se acaban de fíar. "Aún perviven los objetivos de rentabilidad y de productividad. Se ha mejorado el clima, pero para que todo cambie tendrá que pasar mucho tiempo", señala Anne Marie Minella.
Los trabajadores tampoco se creen el cambio rumbo: "Yo tengo compañeros que siguen sufriendo y están hoy como yo estaba hace años. Se necesitará mucho tiempo para que las heridas cicatricen", explica Joel.
De la misma opinión es la víctima anónima: "nada mejorará mientras queden restos de la antigua dirección. Aún hay dirigentes que siguen en las filiales de la empresa, ganando millones a pesar de que tienen las manos manchadas de sangre"
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/05/06/economia/1304681223.html
Este 'casi prejubilado' de 59 años se ha pasado media vida en los pasillos de la mayor operadora de telefonía de Francia. La misma que arrastra una lista negra de 60 suicidios, varios intentos fallidos y decenas de bajas laborales. La última víctima, Rémy L., la segunda en lo que va de año, fue compañero de Joel. Éste confiesa que pensó muchas veces en compartir el mismo destino.
"Hubo momentos en los que quise suicidarme. Sentía que no servía a nadie, que nadie me necesitaba. Pensaba que era un inútil que molestaba a todo el mundo y quería desaparecer, quitarme de en medio. Es una tortura mental, un proceso de destrucción espiritual que te corroe poco a poco, con reflexiones y malos pensamientos", confiesa.
Su infierno particular comenzó en 2005, ocho años después de que la empresa pública pasara a manos privadas. "Querían quitarse de en medio a los funcionarios del Estado, lastres para el crecimiento de la compañía", explica el entonces jefe de un equipo de más de 10 personas que hoy trabaja en Bordeaux como empleado de almacén.
Primero le anunciaron que su puesto ya no existía y le ofrecieron uno como teleoperador. Tras la evidente negativa, le relegaron a un despacho, en el que se pasó meses solo, "sin puesto ni tarea". "Fue la primera fase de un largo proceso de desvalorización. Estaba solo en un cuarto, no me daban trabajo y nadie venía a verme", explica.
Aunque la alternativa a esa soledad, el contacto humano, tampoco era muy reconfortante. "En cada reunión con mi superior, éste me hacía sentirme desplazado, que ese no era mi lugar. Me decía que todo lo que hacía estaba mal. Después de años así, llega un momento en el que crees que no vales nada", explica.
Después llegaron el infarto, una baja de más de 10 meses, los problemas en casa, la depresión, la petición de traslado "rechazada una y mil veces" y la supresión de las primas y de los aumentos salariales. "Mi cuerpo reaccionó mal a todo eso. Es una tortura mental. Es un comportamiento criminal", asegura.
'Todo está pensado para destruir las relaciones humanas'
Joel Peron. | R. V.
"Cada muerte es un golpe que no deja impasible a nadie. Tras el suicidio de Rémy muchos no pueden pasar por el edificio donde trabajaba ni por su mesa". La que suscribe el testimonio prefiere guardar su anonimato. Conocía al último de la lista y, como él, ha padecido los métodos de gestión destructiva.
"Soportas desvalorizaciones y humillaciones constantes. En las reuniones te dejan en ridículo en público, haciéndote preguntas para pillarte y tendiéndote trampas. Mi superior me decía que todo estaba mal y cuando hacía algo bien se lo atribuía a otro", narra esta veterana anónima con más de 20 años en la operadora.
Como Joel y "decenas de compañeros", también ella tuvo que parar durante varios meses para desatascar el nudo que comenzaba a asfixiarla. "En todos los departamentos hay o ha habido bajas. El ambiente es pesado, las relaciones humanas malas. Muchos sufren en silencio, porque quejarse es ponerse en el blanco de la diana y convertirte en presa fácil", explica.
Lo más difícil de llevar, para ella, es la soledad. Después de años de veneno esparcido, en los pasillos de France Télécom impera la ley del sálvese quien pueda. "Te sientes terriblemente solo. Cada uno va a lo suyo, hay poco apoyo y la gente no habla porque tiene miedo. Cuando llegas a un nuevo equipo hay desconfianza. Todo está maquinado para dividir y destruir las relaciones humanas, es un auténtico desastre", confiesa.
60 víctimas
Esta enfermedad colectiva empezó a mostrar sus síntomas en 2008. La empresa, privatizada en 1997 y que cuenta con 100.000 empleados en Francia, suprimió 22.000 puestos de trabajo y se intensificó, según denuncian los sindicatos, "la política del beneficio a toda costa".
Entonces comenzaron los recortes, las presiones a los empleados y las prácticas del terror encabezadas, según sindicatos y empleados, por el antiguo presidente Didier Lombard, sustituido hace 18 meses por Stéphane Richard. "Había presiones a los trabajadores, movilidad obligatoria de puesto y de destino, reorganizaciones constantes, cierre de oficinas y presión por objetivos", enumera Anne Marie Minella, del sindicato CFE-CGC.
El cáncer se extendió rápidamente por departamentos y secciones regionales. El diagnóstico del Observatorio del estrés de la empresa contabiliza 60 casos de suicidio. Sólo en 2010 hubo 27 muertes voluntarias y 13 tentativas y en lo que llevamos de 2011 dos personas se han quitado la vida y una lo ha intentado.
La empresa matiza que dentro de estos recortes de puestos había bajas voluntarias y jubilaciones y que además se contrató a 6.000 personas.
La operadora se resiste a asumir toda la carga mortal. "Se ha abierto una investigación interna para clarificar qué casos son accidentes laborales y cuáles no. El presidente ha dicho que reconocerá estas muertes como accidentes de trabajo si así lo concluye la investigación", explica Sébastien Audra, portavoz de la compañía.
¿Cambio de rumbo?
En 2009, tras la primera gran oleada de suicidios, los sindicatos presentaron una denuncia contra la empresa por acoso moral y por poner en peligro la vida de los trabajadores. La denuncia, que fue tramitada, sigue en los cajones de la Justicia.
Por su parte, el Gobierno, dueño del 26% del capital de la operadora, puso en marcha una campaña contra el estrés en las grandes empresas. "Creen que haciendo encuestas a los trabajadores se van a solucionar las cosas. El Estado gana millones de euros con los dividendos y aun no ha hecho nada serio al respecto", critica la víctima anónima.
La empresa también ha entonado un discreto 'mea culpa', aunque en voz baja y con matices. Tras la salida de Didier Lombard, el nuevo equipo directivo ha puesto en marcha un plan de prevención de suicidios. Éste incluye una nueva reorganización, la eliminación de la movilidad forzosa, la puesta en marcha de una célula de mediación para ayudar a los trabajadores y el refuerzo de psicólogos y personal de recursos humanos.
No se trata, según explica Sébastien Audra, de buscar culpables y acusar con el dedo a la antigua dirección, sino de encontrar soluciones. "Los cambios como consecuencia de la privatización de France Télécom no fueron fáciles. Había muchos funcionarios y hubo que hacer reestructuraciones. Aunque es cierto hay muchas cosas que no se hicieron bien de lo que se trata ahora es de pasar página", asegura el portavoz.
Los sindicatos reconocen que se han eliminado los métodos del terror de antaño, aunque no se acaban de fíar. "Aún perviven los objetivos de rentabilidad y de productividad. Se ha mejorado el clima, pero para que todo cambie tendrá que pasar mucho tiempo", señala Anne Marie Minella.
Los trabajadores tampoco se creen el cambio rumbo: "Yo tengo compañeros que siguen sufriendo y están hoy como yo estaba hace años. Se necesitará mucho tiempo para que las heridas cicatricen", explica Joel.
De la misma opinión es la víctima anónima: "nada mejorará mientras queden restos de la antigua dirección. Aún hay dirigentes que siguen en las filiales de la empresa, ganando millones a pesar de que tienen las manos manchadas de sangre"
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/05/06/economia/1304681223.html
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