Europa no quiere el burka
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Europa no quiere el burka
¿Qué quiere ser Europa, un rostro o una burka? Se debate estos días en Francia la polémica y altamente discutida cuestión sobre la prohibición o no del velo integral en el territorio nacional –llámese burka o niqab, que tapa todo el rostro de la mujer, los ojos inclusive en el primer caso-. No sólo se plantea la libertad y la igualdad de la mujer vestida con un velo, sino que el tema sugiere una profunda y seria reflexión que ahonda en la Filosofía, la Antropología, el Arte, la Historia y la Religión, así como en los principios rectores de nuestras Democracias. Este artículo pretende entender y acercarse a este fenómeno, presente en algunos países europeos, que desafía los valores y los límites de la Libertad.
Para entender esta práctica minoritaria pero cada vez más mediática y debatida, cabe apreciar la fuerte inmigración proveniente de Oriente Medio en Francia, Bélgica, el Reino Unido, los Países Bajos y los Países Escandinavos, siendo inexistente en los países de Europa del Este. Cada nación afectada por este nuevo desafío, se enfrenta a él con distintas políticas para la integración de la inmigración, con diversos grados de tolerancia, yendo de la asimilación francesa, al multiculturalismo canadiense2 o al comunitarismo británico.
Responder a esta cuestión inicial nos llevará a descubrir el sentido del rostro en la cultura cristiana y occidental, el papel de la figura humana en el Arte, la necesaria identidad y singularidad en el intercambio y la alteridad en el seno de la comunidad civil. Para ello, se tomarán comentarios y audiciones extraídos del estudio realizado por la Comisión de la Assemblée Nationale de la República Francesa, pilar del anteproyecto de ley sobre la prohibición del velo integral en el conjunto de su territorio3.
SITUACIONES QUE CUESTIONAN LA CONVIVENCIA EN DEMOCRACIA
Varios casos incómodos han surgido a la luz pública: en España, en fase de interrogatorio en juicio oral, una testigo con burka se negó a desvelar su rostro ante el juez; asimismo, en Francia, al casarse ante el alcalde, la mujer tapada se resistió a permitir la verificación de su identidad. En esos mismos días, un marido rechazó a que un hombre médico atendiera a su mujer en parto. Hasta en la otra orilla del Atlántico, en Canadá4, una mujer musulmana que llevaba niqab, se negó a sentarse de frente ante los hombres en sus clases de francés, hasta tal extremo que hizo su presentación de espaldas al fondo de la sala.
Estas situaciones han abierto un delicado y apasionante debate público sobre el significado de la burka y la reacción que se reclama de Europa.
EL ROSTRO NO ES EL CUERPO
¿Por qué Europa nunca escondió su mirada ni su sonrisa? Porque “el rostro no es el cuerpo; y por ello no hay, en la civilización occidental una prenda para cubrirlo”5, responde la filósofa Élisabeth Badinter. Efectivamente, gracias a la herencia artística de Grecia y Roma, donde el rostro humano se situaba en el centro de la cultura y del Arte, y por ello, en el centro de nuestras propias referencias, el rostro y el cuerpo tuvieron o revistieron una fuerza y un reconocimiento en Occidente, probablemente inexistente en otras civilizaciones. Bajo los primeros siglos de la Cristiandad se llegó a considerar que algunas partes del cuerpo tenían un valor, y que el rostro era la quintaesencia de la persona; su nobleza. Por ende, con la aparición del retrato en el Renacimiento, en los siglos XV y XVI, el individuo se aplicó al rostro. El humanismo, triunfo de la personalidad, resulta ser un arte inexistente en otras civilizaciones, por lo menos muy reducido en el Islam y en el arte chino6. Este rasgo ahonde en prácticas culturales y tradiciones profundamente arraigadas de civilizaciones milenarias, superando así el mero aspecto religioso.
LA BURKA COMO PRÁCTICA CULTURAL, NO RELIGIOSA
Los defensores de la burka alegan un fundamento religioso en aras de legitimar esta práctica.
No obstante, la burka es anterior al Islam, siendo propia de Oriente Medio; al igual que el niqab, que es propio del Golfo arábico-persa y ambos se hallan en culturas patriarcales. Por ello, el Consejo Francés del Culto Musulmán ha declarado solemnemente que llevar el velo integral no era una prescripción religiosa, sino más bien una práctica religiosa fundada en una visión muy minoritaria. Hasta el mismo presidente, M. Mohammed Moussaoui ha calificado la práctica de extrema7. Así asevera firmemente el rector de la Gran Mezquita de Paris, M. Dalil Boubakeur, que este “término existe en la literatura ante-islámica árabe (Antar Ibn Shahad), pero es un arcaísmo que nada tienen que ver con el Islam”8.
Efectivamente, el único pasaje del Corán en que el velo está claramente citado, es el versículo 59 de la sura 33, donde el término jalabib designa una prenda cubriendo el cuerpo desde el cuello hasta los tobillos. Así lo resalta Antoine Sfeir9, mientras por su parte, Dalil
Boubakeur10 cita las suras 24-31; 33-53 y 33-59 que tan sólo evocan el jilbab, pero no mencionan en ningún caso la burka ni el niqab. No se trata, pues, de un velo integral comparable a la burka o el niqab. No siendo una prescripción coránica taparse el rostro, ¿no será porque una sonrisa, una mirada recogen lo más humano de nosotros?
EL ROSTRO COMO ESPEJO DEL ALMA, ESPEJO DE LO DIVINO
El rostro en Europa y Occidente tiene un especial significado que cabe distinguir y disociar del cuerpo propiamente dicho. El rostro aparece así como el espejo del alma11. La cara es percibida por nosotros como el vector de las emociones. De hecho, el propio Corán reza: “Todo es perecedero, sólo perdura el rostro de Tu Señor” (suras LV, versículos 26-27), y así alaba la perennidad de la faz divina en tanto que absoluta cuyo rastro de esplendor se refleja en el soporte que le proporciona todo rostro humano12. Al igual, los textos sagrados cristianos claman que el Hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios13; dónde su cara transmite lo divino y lo más humano de la persona. Y entonces, ¿por qué se protegen de los demás?
LA BURKA COMO PROTECCIÓN DE UNA SOCIEDAD JUZGADA PERVERTIDA
Gilles Kepel, politólogo y especialista del mundo musulmán, observa que desde el punto subjetivo de estas mujeres musulmanas, el entorno occidental es considerado literalmente impío, obsceno, rechazable, amenazante e invita a una reacción de autoprotección, de auto-defensa. Se trata de una radicalidad protestataria frente a un entorno juzgado potencialmente contaminante. Bajo esta óptica, el velo permite separar claramente a los puros de los impuros. Este contraste, esta distinción y exclusión no sólo se materializa en el velo sino que también se aprecia en el significado de las palabras.
LA BURKA COMO DIMENSIÓN SECTARIA
Se percibe en la misma etimología la voluntad de exclusión, como bien apunta la antropóloga Dounia Bouzar14 la palabra religión proviene del latin relegere y religare, esto es, acoger, unir; mientras que la palabra secta significa seguir y separar. El hecho de llevar la burka se califica como sectario: pues cuando la religión provoca autoexclusión y la exclusión de los demás, podemos hablar de una secta. Se utiliza la religión para construir una frontera infranqueable entre el adepto y los otros; en este caso una frontera materializada por la burka.
Así, siguiendo esta perspectiva, la filósofa Elisabeth Badinter15, se pregunta desafiante: puesto que Francia combate ideologías destructivas, tales como el nazismo, el racismo y el antisemitismo, es decir, toda ideología que atenta contra la dignidad humana, así como las sectas que vulneran la libertad de conciencia, ¿por qué debería hacerse una excepción con esta secta, que preconiza una servitud voluntaria que conlleva una forma de auto-mutilación civil para una invisibilidad social? Aun así, matiza el director de la Escuela de altos estudios en ciencias sociales, Farhad Khosrokhavar16, que el velo no es un fenómeno sectario en la medida en que no existe una organización identificable, pero sí se desprende una dimensión sectaria. El velo es una forma de subrayar primordialmente la separación entre los puros y los impuros, los musulmanes y los no-musulmanes, los verdaderos musulmanes y los falsos. Si la burka separa, el rostro une.
EL ROSTRO HUMANO PARTICIPA EN EL ESPACIO PÚBLICO
La cara debe ser visible, expresiva en aras de poder socializarse con el otro. Es un vínculo de reciprocidad para con la comunidad. Sin embargo, el velo integral, como la burka y el niqab es una máscara que esconde su propio rostro. Rompe de forma radical con todo contacto fraternal, anula toda alteridad, priva al ser humano de toda apertura hacia su prójimo.
Es más, el velo supera la mera separación entre el espacio público y el espacio privado, y aparece como un ámbito que encierra a las mujeres en una esfera que no es pública, sino la misma prolongación del espacio privado. “Estas características, concluye Nadeije Laneyrie-Dagen son un elemento de rechazo evidentemente retrógrado del lugar de la mujer en el espacio público17. Pero Badinter profundiza en mayor medida en este significado y afirma abiertamente que si bien la mujer con velo goza de la posibilidad de mirar sin ser vista, no es ello sino una forma de placer perverso en sí mismo: el goce de un poder absoluto sobre el otro, el disfrute del exhibicionismo y del voyeurismo18. En definitiva, la burka crea, de manera visible, una clase de personas intocables. Pero dicho esto, ¿qué pasa con la mujer escondida bajo su velo?
LA BURKA COMO ALIENACIÓN DE LA MUJER
Sin duda alguna, la burka esconde el rostro para excluir al otro; mas se desprende de este fenómeno una verdadera despersonalización: pues llevar el velo significa no ser nadie. Se trata de una negación de la persona en lo que tiene de más único. En tales palabras se expresa Marie Perret, de la Unión de familias laicas: “llevar el velo integral no sólo tiene por efecto sustraer la identidad de la persona, sino además de convertirla en algo indistinto, indiferente. Se trata de una negación de la singularidad. Ya que ésta es indisociable del concepto de ciudadano. Un ciudadano no es un sujeto abstracto, sino que ha de ser reconocido.19”
Todas estas mujeres tapadas, cuya individualidad es negada, son idénticas, anónimas e intercambiables. Se percibe en este fenómeno, por una parte la abstracción de la mujer, y por ende una tentativa de reificación20 de la misma, a la que toda existencia social le es excluida. Se transmite el deseo de ver desparecer a las mujeres del espacio público, deseo inaceptable en nuestras democracias. Por ello rebate el filósofo Henri Pena-Ruiz que la burka es “el símbolo de la alienación –alienación de la persona singular a una comunidad exclusiva que se aísla del conjunto del cuerpo social […]21.
Se percibe claramente un apartheid sexual. Lo cual nos lleva a reafirmar los principios fundadores que rigen cualquier democracia: la convivencia, la sociabilidad en el Ágora, esto es la plaza pública; la necesidad de enseñar el rostro para abrirse al prójimo. Reduciendo la mujer a un mero objeto anónimo e intercambiable vulneramos directamente su dignidad como ser humano.
LA BURKA COMO ANTENTADO A LA DIGNIDAD
El velo integral niega a la mujer que lo lleva, voluntaria o involuntariamente, toda individualidad, y por ello, toda dignidad. Puesto que la igual dignidad de los seres humanos es el fundamento filosófico, casi antropológico, del principio de igualdad en las democracias occidentales.
El velo integral atenta a la dignidad de las mujeres y desconoce el principio de igual dignidad de los seres humanos. La dignidad que se halla en una cualidad propia de la persona humana, cualidad que puede interponerse frente a terceros, pero también en tanto que es digno de la condición humana, es una cualidad oponible a un hombre por terceros. En este último caso, la dignidad limita la libertad de cada uno, porque el hombre no es libre de disponer de sí mismo. La dignidad no es ilimitada y nadie tiene derecho a ser esclavo.
RESPUESTAS EUROPEAS A UN MISMO PROBLEMA
Como bien apuntamos en un inicio, este debate responde a una política inicial de integración de la inmigración, de una cierta tolerancia a sus reglas importadas.
En los distintos países europeos, se insiste ante todo en los elementos funcionales y casos excepcionales y concretos como, por ejemplo, los de orden público, la verificación de la identidad por las autoridades públicas, etc. A pesar de que el Reino Unido no pretende prohibir el velo integral, Bélgica y los Países-Bajos se cuestionan su propia identidad nacional; y en Francia destaca por ser el único país europeo que apuesta abierta y categóricamente sin tabúes, por la prohibición legal de llevar la burka y el niqab, en el territorio nacional.
Porque la burka esconde el rostro humano,
Porque la burka rechaza toda alteridad,
Porque la burka atenta contra la dignidad de la mujer,
Porque la burka reduce la mujer a un ente abstracto, anónimo e intercambiable, tal de una cosa se tratase,
Porque la burka impide una convivencia democrática,
Porque la burka niega la igualdad entre los seres humanos y afirma un apartheid sexual,
Porque debemos reafirmarnos en nuestros valores cristianos y humanistas,
Porque sonreímos al ver un rostro, confiamos en una mirada;
Europa no admite la burka.
Eugenia España (espana@semanarioatlantico.com) es miembro del Instituto Ludwig von Mises de Barcelona y experta en la realidad política y social francesa.
Para entender esta práctica minoritaria pero cada vez más mediática y debatida, cabe apreciar la fuerte inmigración proveniente de Oriente Medio en Francia, Bélgica, el Reino Unido, los Países Bajos y los Países Escandinavos, siendo inexistente en los países de Europa del Este. Cada nación afectada por este nuevo desafío, se enfrenta a él con distintas políticas para la integración de la inmigración, con diversos grados de tolerancia, yendo de la asimilación francesa, al multiculturalismo canadiense2 o al comunitarismo británico.
Responder a esta cuestión inicial nos llevará a descubrir el sentido del rostro en la cultura cristiana y occidental, el papel de la figura humana en el Arte, la necesaria identidad y singularidad en el intercambio y la alteridad en el seno de la comunidad civil. Para ello, se tomarán comentarios y audiciones extraídos del estudio realizado por la Comisión de la Assemblée Nationale de la República Francesa, pilar del anteproyecto de ley sobre la prohibición del velo integral en el conjunto de su territorio3.
SITUACIONES QUE CUESTIONAN LA CONVIVENCIA EN DEMOCRACIA
Varios casos incómodos han surgido a la luz pública: en España, en fase de interrogatorio en juicio oral, una testigo con burka se negó a desvelar su rostro ante el juez; asimismo, en Francia, al casarse ante el alcalde, la mujer tapada se resistió a permitir la verificación de su identidad. En esos mismos días, un marido rechazó a que un hombre médico atendiera a su mujer en parto. Hasta en la otra orilla del Atlántico, en Canadá4, una mujer musulmana que llevaba niqab, se negó a sentarse de frente ante los hombres en sus clases de francés, hasta tal extremo que hizo su presentación de espaldas al fondo de la sala.
Estas situaciones han abierto un delicado y apasionante debate público sobre el significado de la burka y la reacción que se reclama de Europa.
EL ROSTRO NO ES EL CUERPO
¿Por qué Europa nunca escondió su mirada ni su sonrisa? Porque “el rostro no es el cuerpo; y por ello no hay, en la civilización occidental una prenda para cubrirlo”5, responde la filósofa Élisabeth Badinter. Efectivamente, gracias a la herencia artística de Grecia y Roma, donde el rostro humano se situaba en el centro de la cultura y del Arte, y por ello, en el centro de nuestras propias referencias, el rostro y el cuerpo tuvieron o revistieron una fuerza y un reconocimiento en Occidente, probablemente inexistente en otras civilizaciones. Bajo los primeros siglos de la Cristiandad se llegó a considerar que algunas partes del cuerpo tenían un valor, y que el rostro era la quintaesencia de la persona; su nobleza. Por ende, con la aparición del retrato en el Renacimiento, en los siglos XV y XVI, el individuo se aplicó al rostro. El humanismo, triunfo de la personalidad, resulta ser un arte inexistente en otras civilizaciones, por lo menos muy reducido en el Islam y en el arte chino6. Este rasgo ahonde en prácticas culturales y tradiciones profundamente arraigadas de civilizaciones milenarias, superando así el mero aspecto religioso.
LA BURKA COMO PRÁCTICA CULTURAL, NO RELIGIOSA
Los defensores de la burka alegan un fundamento religioso en aras de legitimar esta práctica.
No obstante, la burka es anterior al Islam, siendo propia de Oriente Medio; al igual que el niqab, que es propio del Golfo arábico-persa y ambos se hallan en culturas patriarcales. Por ello, el Consejo Francés del Culto Musulmán ha declarado solemnemente que llevar el velo integral no era una prescripción religiosa, sino más bien una práctica religiosa fundada en una visión muy minoritaria. Hasta el mismo presidente, M. Mohammed Moussaoui ha calificado la práctica de extrema7. Así asevera firmemente el rector de la Gran Mezquita de Paris, M. Dalil Boubakeur, que este “término existe en la literatura ante-islámica árabe (Antar Ibn Shahad), pero es un arcaísmo que nada tienen que ver con el Islam”8.
Efectivamente, el único pasaje del Corán en que el velo está claramente citado, es el versículo 59 de la sura 33, donde el término jalabib designa una prenda cubriendo el cuerpo desde el cuello hasta los tobillos. Así lo resalta Antoine Sfeir9, mientras por su parte, Dalil
Boubakeur10 cita las suras 24-31; 33-53 y 33-59 que tan sólo evocan el jilbab, pero no mencionan en ningún caso la burka ni el niqab. No se trata, pues, de un velo integral comparable a la burka o el niqab. No siendo una prescripción coránica taparse el rostro, ¿no será porque una sonrisa, una mirada recogen lo más humano de nosotros?
EL ROSTRO COMO ESPEJO DEL ALMA, ESPEJO DE LO DIVINO
El rostro en Europa y Occidente tiene un especial significado que cabe distinguir y disociar del cuerpo propiamente dicho. El rostro aparece así como el espejo del alma11. La cara es percibida por nosotros como el vector de las emociones. De hecho, el propio Corán reza: “Todo es perecedero, sólo perdura el rostro de Tu Señor” (suras LV, versículos 26-27), y así alaba la perennidad de la faz divina en tanto que absoluta cuyo rastro de esplendor se refleja en el soporte que le proporciona todo rostro humano12. Al igual, los textos sagrados cristianos claman que el Hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios13; dónde su cara transmite lo divino y lo más humano de la persona. Y entonces, ¿por qué se protegen de los demás?
LA BURKA COMO PROTECCIÓN DE UNA SOCIEDAD JUZGADA PERVERTIDA
Gilles Kepel, politólogo y especialista del mundo musulmán, observa que desde el punto subjetivo de estas mujeres musulmanas, el entorno occidental es considerado literalmente impío, obsceno, rechazable, amenazante e invita a una reacción de autoprotección, de auto-defensa. Se trata de una radicalidad protestataria frente a un entorno juzgado potencialmente contaminante. Bajo esta óptica, el velo permite separar claramente a los puros de los impuros. Este contraste, esta distinción y exclusión no sólo se materializa en el velo sino que también se aprecia en el significado de las palabras.
LA BURKA COMO DIMENSIÓN SECTARIA
Se percibe en la misma etimología la voluntad de exclusión, como bien apunta la antropóloga Dounia Bouzar14 la palabra religión proviene del latin relegere y religare, esto es, acoger, unir; mientras que la palabra secta significa seguir y separar. El hecho de llevar la burka se califica como sectario: pues cuando la religión provoca autoexclusión y la exclusión de los demás, podemos hablar de una secta. Se utiliza la religión para construir una frontera infranqueable entre el adepto y los otros; en este caso una frontera materializada por la burka.
Así, siguiendo esta perspectiva, la filósofa Elisabeth Badinter15, se pregunta desafiante: puesto que Francia combate ideologías destructivas, tales como el nazismo, el racismo y el antisemitismo, es decir, toda ideología que atenta contra la dignidad humana, así como las sectas que vulneran la libertad de conciencia, ¿por qué debería hacerse una excepción con esta secta, que preconiza una servitud voluntaria que conlleva una forma de auto-mutilación civil para una invisibilidad social? Aun así, matiza el director de la Escuela de altos estudios en ciencias sociales, Farhad Khosrokhavar16, que el velo no es un fenómeno sectario en la medida en que no existe una organización identificable, pero sí se desprende una dimensión sectaria. El velo es una forma de subrayar primordialmente la separación entre los puros y los impuros, los musulmanes y los no-musulmanes, los verdaderos musulmanes y los falsos. Si la burka separa, el rostro une.
EL ROSTRO HUMANO PARTICIPA EN EL ESPACIO PÚBLICO
La cara debe ser visible, expresiva en aras de poder socializarse con el otro. Es un vínculo de reciprocidad para con la comunidad. Sin embargo, el velo integral, como la burka y el niqab es una máscara que esconde su propio rostro. Rompe de forma radical con todo contacto fraternal, anula toda alteridad, priva al ser humano de toda apertura hacia su prójimo.
Es más, el velo supera la mera separación entre el espacio público y el espacio privado, y aparece como un ámbito que encierra a las mujeres en una esfera que no es pública, sino la misma prolongación del espacio privado. “Estas características, concluye Nadeije Laneyrie-Dagen son un elemento de rechazo evidentemente retrógrado del lugar de la mujer en el espacio público17. Pero Badinter profundiza en mayor medida en este significado y afirma abiertamente que si bien la mujer con velo goza de la posibilidad de mirar sin ser vista, no es ello sino una forma de placer perverso en sí mismo: el goce de un poder absoluto sobre el otro, el disfrute del exhibicionismo y del voyeurismo18. En definitiva, la burka crea, de manera visible, una clase de personas intocables. Pero dicho esto, ¿qué pasa con la mujer escondida bajo su velo?
LA BURKA COMO ALIENACIÓN DE LA MUJER
Sin duda alguna, la burka esconde el rostro para excluir al otro; mas se desprende de este fenómeno una verdadera despersonalización: pues llevar el velo significa no ser nadie. Se trata de una negación de la persona en lo que tiene de más único. En tales palabras se expresa Marie Perret, de la Unión de familias laicas: “llevar el velo integral no sólo tiene por efecto sustraer la identidad de la persona, sino además de convertirla en algo indistinto, indiferente. Se trata de una negación de la singularidad. Ya que ésta es indisociable del concepto de ciudadano. Un ciudadano no es un sujeto abstracto, sino que ha de ser reconocido.19”
Todas estas mujeres tapadas, cuya individualidad es negada, son idénticas, anónimas e intercambiables. Se percibe en este fenómeno, por una parte la abstracción de la mujer, y por ende una tentativa de reificación20 de la misma, a la que toda existencia social le es excluida. Se transmite el deseo de ver desparecer a las mujeres del espacio público, deseo inaceptable en nuestras democracias. Por ello rebate el filósofo Henri Pena-Ruiz que la burka es “el símbolo de la alienación –alienación de la persona singular a una comunidad exclusiva que se aísla del conjunto del cuerpo social […]21.
Se percibe claramente un apartheid sexual. Lo cual nos lleva a reafirmar los principios fundadores que rigen cualquier democracia: la convivencia, la sociabilidad en el Ágora, esto es la plaza pública; la necesidad de enseñar el rostro para abrirse al prójimo. Reduciendo la mujer a un mero objeto anónimo e intercambiable vulneramos directamente su dignidad como ser humano.
LA BURKA COMO ANTENTADO A LA DIGNIDAD
El velo integral niega a la mujer que lo lleva, voluntaria o involuntariamente, toda individualidad, y por ello, toda dignidad. Puesto que la igual dignidad de los seres humanos es el fundamento filosófico, casi antropológico, del principio de igualdad en las democracias occidentales.
El velo integral atenta a la dignidad de las mujeres y desconoce el principio de igual dignidad de los seres humanos. La dignidad que se halla en una cualidad propia de la persona humana, cualidad que puede interponerse frente a terceros, pero también en tanto que es digno de la condición humana, es una cualidad oponible a un hombre por terceros. En este último caso, la dignidad limita la libertad de cada uno, porque el hombre no es libre de disponer de sí mismo. La dignidad no es ilimitada y nadie tiene derecho a ser esclavo.
RESPUESTAS EUROPEAS A UN MISMO PROBLEMA
Como bien apuntamos en un inicio, este debate responde a una política inicial de integración de la inmigración, de una cierta tolerancia a sus reglas importadas.
En los distintos países europeos, se insiste ante todo en los elementos funcionales y casos excepcionales y concretos como, por ejemplo, los de orden público, la verificación de la identidad por las autoridades públicas, etc. A pesar de que el Reino Unido no pretende prohibir el velo integral, Bélgica y los Países-Bajos se cuestionan su propia identidad nacional; y en Francia destaca por ser el único país europeo que apuesta abierta y categóricamente sin tabúes, por la prohibición legal de llevar la burka y el niqab, en el territorio nacional.
Porque la burka esconde el rostro humano,
Porque la burka rechaza toda alteridad,
Porque la burka atenta contra la dignidad de la mujer,
Porque la burka reduce la mujer a un ente abstracto, anónimo e intercambiable, tal de una cosa se tratase,
Porque la burka impide una convivencia democrática,
Porque la burka niega la igualdad entre los seres humanos y afirma un apartheid sexual,
Porque debemos reafirmarnos en nuestros valores cristianos y humanistas,
Porque sonreímos al ver un rostro, confiamos en una mirada;
Europa no admite la burka.
Eugenia España (espana@semanarioatlantico.com) es miembro del Instituto Ludwig von Mises de Barcelona y experta en la realidad política y social francesa.
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